Un Miguel de Unamuno, amante sagrado de las paradojas, hubiera estado encantado en visitar al Paraguay de hoy y vivir en carne propia la implicación de esta figura de pensamiento, porque vivir en el Paraguay es abrazar en la cotidianeidad a la contradicción misma; sentir en todo el transcurso de las horas los barrotes de la incertidumbre que genera la contrariedad. Ser en Paraguay es ser en la paradoja.
Ahora bien ¿Por qué tanta severidad con uno de los países más felices y positivos del mundo según la encuesta global Gallup? Porque, en misma vez, somos uno de los países con los más rancios índices de trastornos mentales, alcoholismo y una gigantesca lista funesta de homicidios agravados, que hacen justicia a este ranking que vino en ayuda para el paradójico existir en el país.
Somos una tierra que estuvo en los ojos internacionales al haber quemado nada más y nada menos que el Congreso de la Nación, direccionando la pus de nuestra rabia en un hecho cargado en símbolos que no terminó de trascender, al igual que la “eterna transición” a la democracia en la que nos hemos estancado por ya hacen treinta años. Hemos hecho revolución sin haber cambiado absolutamente nada.
Y este pequeño catálogo de hechos solo pretende hacer acercamientos hacia esta contrariada vida de los paraguayos, aquellos quienes permitimos que un político como Zacarías Irún, figura enfangada hasta el cogote por desvíos de fondos, esté sentado a sus anchas todos los días en el Senado, o que el endeudamiento por la emergencia sanitaria del covid-19 por 1600 millones de dólares haya sido lapidado entre los amigos “empresarios” del oficialismo. Nunca un país ha sido tan pisoteado en su orgullo de pueblo y no ha hecho nada en consecuencia. Y la bravura guaraní de la que tanto se nos vanagloria solo la exigimos a once jugadores de fútbol.
Hemos sido –supuestamente- el país que mejor ha controlado la pandemia, aunque no contaron que hasta la fecha haya más muertos por falta de medicamentos contra el cáncer que por el covid mismo. Nuestra excelencia siempre esconde deficiencias por un espiral de corrupción que nos encuentra siempre entre los cinco países más corruptos de Latinoamérica. Sí, realmente puede haber esperanzas y creer que los vientos de la verdadera democracia refrescarán Latinoamérica.
Si hay alguna esperanza, está en pueblo, rezaba George Orwell en “1984”, una oración que debe atestarse de realidad en un Paraguay históricamente ajeno a la esperanza. Sí, en cierta forma puede haber esperanzas y creer que los vientos de la verdadera democracia refrescarán algún día el rostro árido de un pueblo que va hastiándose de los desplantes. Deberá llegar el día en que la paradoja se canse de descansar en los hombros de cada paraguayo.