La mente, la cultura y la fe

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La mente, la cultura y la fe

En psicología, el término disonancia cognitiva nos indica que hay una desarmonía en el sistema de ideas, creencias y emociones de un ser humano, ya

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En psicología, el término disonancia cognitiva nos indica que hay una desarmonía en el sistema de ideas, creencias y emociones de un ser humano, ya que entra en conflicto en el mismo pensamientos contrapuestos.  Es una incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas que impactan de frente sobre sus actitudes e identidad final.
Un ejemplo claro es la de personas sometidas a una estricta educación desde su infancia o un entorno religioso o familiar fuerte pueden llegar a verse envueltos en una debacle de muertes, guerras y torturas ¿Cómo puede una persona decir, actuar, y llegar a sentir y pensar cosas diferentes que las creencias e identidad que interiormente cree tener y profesa? ¿Cómo puede una sociedad, sacerdote, pastor, rabino llegar a someter a las personas a dogmas, a actos denigrantes, costumbres que se salen de toda lógica atándolas sobre los hombros de otros hombres, pero que ellos mismos no están dispuestos a moverlas ni con un solo dedo?

Es cierto que en mayor o menor medida todos tenemos contradicciones internas, pero la «resonancia cognitiva» se da cuando alguien piensa una cosa y hace otra contrapuesta. La persona que persiste en este engaño hará que se vuelva como una bola de nieve, que crezca y crezca cuyo único escape será el uso de máscaras y mentiras, hasta que estas mentiras se transformen en su estilo de vida. Si estas contrariedades no son subsanadas a tiempo finalmente se arraigarán en su ser trayendo unas consecuencias cada vez más destructivas, desembocando en una doble vida.

Muchos líderes religiosos, gurús o guías espirituales que buscan impresionar, hablan como si ya tuvieran todo resuelto o tuvieran algo extraordinario que solo unos pocos escogidos «como ellos»  pueden llegar a conseguir y experimentar, y parecen ser como seres que están más allá de todo y por encima de todos. Algunos viven sus vidas evaluando a los demás desde sus púlpitos o lugares altos representativos y son aquellos que siempre son capaces de ver la paja en el ojo ajeno pero que les es imposible ver la viga que hay en su propio ojo.

La palabra «integritas» significa integridad en latín, cuyo sentido etimológico significa que es de una sola roca o de una sola forma. Una sanidad mental correcta es aquella que te hace evitar el estancamiento, los fanatismos extremos de cualquiera que sea su índole, es una sanidad que supera y aprende a cicatrizar las heridas y los traumas, es aquella que no usa mascaras ni mentiras y que puede experimentar realmente lo que es vivir en libertad. Es esa mentalidad que te da la sabiduría necesaria para poder caminar en concordancia con tu identidad, tus creencias, pensamientos y con tus actos sin estar esclavizado por nada, por nadie, ni  por uno mismo.

El campo de la mente ha estado siempre relacionado con la historia, la religión, la cultura y la forma de ver el mundo de forma directa o indirecta. Esto ha doblegado por siglos nuestro carácter e influido totalmente en nuestra civilización. El mal entendimiento del cristianismo por ejemplo, y su legado posterior han dejado una serie de estigmas en nuestra cultura occidental haciendo alarde de esa necesidad imperiosa del sacrificio y el sufrimiento. Históricamente hablando hemos de entender que en los primeros años del cristianismo fueron tiempos de persecuciones en los que esta comunidad primitiva eran perseguidos, pasados a espada, despedazados por fieras en los circos romanos por cuestiones políticas, sociales y económicas por ir en contra de la cultura que llevaba ya largo tiempo arraigada. En aquella época el dolor y la persecución fueron inevitables debido a aquel contexto histórico en que les tocó vivir. 

En el S. III aproximadamente todo esto cambió y el cristianismo comenzó a organizarse y a estructurarse sin ese peso de las persecuciones de antaño pero que de alguna manera y a pesar de la libertad cultica del momento no logró desprenderse de ese «ADN espiritual» del pasado. Esta vez en lugar de ser perseguidos se hizo a la inversa, se comenzó a perseguir el dolor a modo de purificación, focalizándose en el sufrimiento y en el ascetismo como una forma elevada de vida «piadosa» sin llegar a comprender, aprender o poder identificar que el contexto histórico de aquel momento era ya otro totalmente distinto al de los primeros siglos. Esta dogmatización perduró y se fue desarrollando por los siglos y por las generaciones y fueron entrando en la escena religiosa los esfuerzos, las indulgencias, los castigos corporales y aquellos duros ritos y costumbres que se establecieron como único fundamento salvífico; Esto penetró totalmente en nuestra cultura occidental y también en nuestras mentes condicionando nuestra visión del mundo.

Con todo esto no me refiero a que el esfuerzo no sea necesario, porque obviamente es un requisito básico para la consecución de cualquier meta; Me refiero a ese esfuerzo estéril y fanático que nos ha llegado desde ya largos años atrás está cargado de dogmas, tradiciones y formas de entender la vida, que parecen que de alguna manera sigue latente hasta día de hoy en nuestro subconsciente. Éste es un esfuerzo que cae en saco roto o peor aún, en manos de quien no lo merece por medio de sectas, religiones y gurús que se toman no pocas veces un provecho ilegítimo sobre las personas que lo consienten.

Actualmente como ha sucedido siempre pero habiendo aprendido (en algunos casos) de ese caótico pasado, se ha ido creando el caldo de cultivo perfecto para que  proliferen las sectas, las denominaciones religiosas y todo tipo de organizaciones que han sacado provecho de esas mismas debilidades inherentes al ser humano. Éstas a modo de tela de araña siguen atrapando continuamente a no pocas almas incautas por medio de redes,  sacando provecho de sus esfuerzos y de sus vidas que en beneficio propio siguen buscando un resultado final idéntico, moldeando las mentes de las personas por medio de la culpa o la desesperación. Es como  se diría en lenguaje coloquial: «El mismo perro pero con distinto collar».

Como conclusión a todo esto sería bueno recalcar para todo aquella persona que profese una fe sana sea cual sea su índole, que es su deber entender que esta fe sana es aquella que deja de lado a todo ese fanatismo, a ese perfeccionismo enfermizo, la autoexigencia y la manipulación religiosa o sectaria, para aprender a recibir las cosas buenas que la vida te puede ofrecer. Es esa fe que no tiene un doble discurso ni máscaras, sino que trata de sincronizar la identidad de uno mismo con sus actos y pensamientos para poder así caminar ambos en completa armonía mental y espiritual. Es una fe que crece, se desarrolla, que aprende de los errores, que se ubica y se fortalece. Es aquella que reconoce sus fallas pero que ese reconocimiento es precisamente lo que te lleva a madurar y a evolucionar con el paso del tiempo. Es la que suma y que de forma constante nos impulsa a aprender a vivir sin miedos liberándonos de esas cargas, prejuicios y conductas tóxicas haciéndonos sentir día tras día verdaderamente libres.

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