Núménor y la caída de Occidente

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En el universo ficticio de J.R.R. Tolkien, Núménor es un reino-isla que vino a existir al principio de la Segunda Edad de la Tierra Media como una recompensa dada a los Edain (hombres) que había luchado contra Morgoth en la Primera Edad.

La historia de la Primera Edad es el cuento de la larga derrota de los Eldar (los Elfos) y los Edain (Hombres) por Morgoth y sus ejércitos. Finalmente la derrota se invirtió cuándo Eärendil el Marino Fue al Antiguo Oeste, Valinor, implorando ayuda a los Valar (dioses). En la subsiguiente Guerra de la Cólera, Morgoth fue derrotado, capturado, y desechado del mundo. Sin embargo Sauron el lugarteniente principal de Morgoth, evitó la captura y permaneció activo en la Tierra Media.

Como recompensa, los Valar permitieron a los Eldar navegar a Valinor (aunque muchos escogieron permanecer en la Tierra Media). Para los Edain, los Valar elevarón la isla de Númenor. A medio camino entre Valinor y la Tierra Media.

Extrapolando podríamos decir que Núménor representaría lo que en otro tiempo se llamó “La Cristiandad” como aquel conjunto de pueblos medievales europeos unidos por el vínculo de la fe cristiana y que forman una gran comunidad religiosa y cultural, por encima de los particularismos de las diversas naciones y reinos.

Esta nueva demarcación territorial y religiosa no fue una institución supranacional, pero sí un organismo vivo gobernado por dos supremos poderes, el espiritual en manos del Papa y el temporal detentado por el emperador. Ambos, de mutuo acuerdo, debían dirigir a los pueblos cristianos con el fin de conseguir sus fines espirituales y temporales.

En los pueblos de la Europa occidental existió un sentido profundo de unidad basado en la confesión de una misma fe (la católica), de una misma cultura (la heredera de la fusión de lo romano y de lo germánico) y de un idioma común (el latín). Tal unidad perdurará durante toda la Alta Edad Media y desaparecerá con el adviento de las monarquías territoriales.

Con posterioridad, tal unidad se conformaría y extendería en base al Imperio español o Monarquía hispánica tras el descubrimiento de América. Luego llegaría la rebelión interna de Lutero que instrumentalizado por el poder político de los príncipes alemanes lograrían utilizar la cuestión religiosa para dividir y confrontar el poder del emperador provocando la ruptura territorial y religiosa.

Una nueva ruptura vendría de la mano de la revolución francesa, inspirando cambios tanto en la forma de entender el mundo como de los valores que conformaban y daban sentido a sus gentes. Valores que, no guardaban relación con los tiempos pasados, ya que, se despreciaba la mentalidad de la época anterior, el Antiguo Régimen. Mientras que la nueva mentalidad, más cientifista y relativista ponía en duda todo conocimiento que no procediera de las ciencias naturales o estuviera acorde con ellas. Y así, se despreció todo lo que sonaba a tradición, autoridad o moralidad; una nueva antropología basada más en el deseo que en el orden natural se fue imponiendo.

Pero volvamos otra vez a Núménor, sabemos a través de los escritos de Tolkien que los Edain, ahora llamados Dúnedain u Hombres del Oeste, pese a tener una vida muy larga comparada con la de los demás Hombres, seguían siendo mortales; y los Valar, intentando evitar que fuesen a su reino y se enamorasen de su beatitud, les prohibieron navegar hacia el Oeste. Fue por ese motivo por el cual los Númenóreanos se centraron en el este, arribando a las costas de la Tierra Media. Por su gran poder y majestad les fue fácil ayudar a los demás habitantes en su resistencia contra Sauron, llegando incluso a prenderlo. Y cometieron el error de llevarlo a Núménor, donde poco a poco corrompió al rey, al consejo y gran parte de su pueblo con todo tipo de saberes ocultos y conocimientos prácticos. La influencia del señor oscuro provocó un alejamiento de las costumbres y creencias en los Valar. Según fue pasando el tiempo, los fieles de las antiguas tradiciones fueron cada vez peor vistos, y progresivamente fueron marginados, mientras que las antiguas costumbres (las lenguas élficas, el cuidado del Árbol Blanco, etc…) fueron descuidadas.

Fueron pasando los años, y Sauron esperó pacientemente a que el rey llegase a la vejez; y así fue como, aprovechando el miedo que el rey Ar-Pharazôn le tenía a la muerte, le convenció para marchar sobre Valinor (las tierras imperecederas). Tras 10 años de preparativos, la inmensa armada de Númenor llegó a poner pie en el Reino Bendecido, pero los Valar convocaron a Ilúvatar  (el creador y Dios único y absoluto del Universo), quien acabó con todos los Númenóreanos aplastándolos entre colinas, e hizo que el mar se tragase la isla de Númenor para siempre.

Es decir, Núménor pasó de ser una tierra bendecida a afrontar un destino amargo debido al creciente poder y orgullo sumado a un temor a la muerte que provocó la envidia de la vida de los Eldar (elfos, inmortales), hasta tal punto que llegó a un aborrecimiento de todas las cosas élficas y que llevó a la persecución de los núménoreanos que mantenían contacto con ellos. Y como último eslabón la tentativa blasfemadora de Ar-Pharazôn, intentando conseguir la inmortalidad por la fuerza – invadiendo Valinor.

Volvamos a nuestro tiempo presente, hoy Occidente ha roto con la mayoría de las costumbres de antaño, es raro encontrar un país que confesional católico o un estado aconfesional donde los fieles de la religión católica aún puedan celebrar sus ritos y vivir conforme a su doctrina sin sufrir las consecuencias. En la actualidad, Europa ha decidido aborrecer la religión que la estructuró y prefiere crear una religión laica a medida de los nuevos valores surgidos de la modernidad, los cuales son decididamente anticatólicos (divorcio, eutanasia, aborto, prostitución, suicidio, relativismo, ateísmo, cientifismo, determinismo, ideología de género, homosexualismo, progresismo, liberalismo y un largo etcétera).

Occidente como la antigua Núménor se ha prostituido a dioses extranjeros, a influencias externas, se ha corrompido aspirando a “ser como dioses” y ha apostatado de su tradición; ante semejante estulticia, no se puede más que esperar que el Dios cristiano restaure su creación y sane la corrupción que ha sufrido su obra.

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