¿Por qué legalizar la prostitución?
En primer lugar, para dar seguridad jurídica a las trabajadoras sexuales y en segundo lugar, como dijo Adolfo Suárez, para «elevar a la categoría política de ‘normal’ lo que en la calle es simplemente normal».
No obstante, hay que partir de otra pregunta: ¿es realmente la prostitución un «trabajo»? A mi entender sí, si entendemos por «trabajo» cualquier tipo de prestación remunerada de servicios o venta de productos, sean legales, ilegales o, malamente hablando, «alegales» en el sentido de no regulados.
El libre mercado permite que puedas ofrecer cualquier tipo de servicio. ¿Qué diferencia a un masajista de un prostituto? ¿Acaso los masajistas «venden» su mano o «esclavizan su cuerpo»? ¿Son los masajistas «víctimas del machismo y del heteropatriarcado»? Pues con la prostitución ocurre lo mismo: no se «vende» o «alquila» un cuerpo sino que se ofrece un servicio concreto, previamente pactado, a cambio de una remuneración concreta por un periodo determinado, llámese servicio jurídico, deportivo, de masajes o sexual. Es el trabajador sexual, en condiciones normales, quien libremente decide el precio por el que ofrece el servicio y el propio contenido del servicio. Si el usuario quisiera otro tipo de servicio que el trabajador sexual no ofrece, no puede hacer otra cosa más que irse a la competencia.
En el caso de que, efectivamente, se produzca una violación, es decir, un acto sexual no pactado y por tanto no consentido, medie o no precio por medio, es un grave delito contra la libertad sexual de la persona que debe ser perseguido y castigado por el Estado, aquí no cabe ningún tipo de discusión, ya sea sexo entre amigos en una fiesta o en una casa particular a cambio de un precio concreto. El hecho de la violación no depende del precio pactado, ya sean 200 euros o una invitación a una carísima cena, sino del consentimiento.
Ahora mismo la legalización reconocería una realidad evidente que los poderes públicos obvian cuando no directamente persiguen bajo la archiconocida falacia de composición de la falsa correlaación entre prostitución y trata de blanca, y daría seguridad jurídica a mujeres que libremente prefieren ejercer la prostitución ganando mucho más que, hablando muy claro, limpiando váteres de un bar -y lo digo sin desmerecer el trabajo de quienes se dedican a la limpieza, que gracias a ellos vivimos en una sociedad bastante higiénica-, porque así lo deciden libremente.
Sin embargo, aquí llega la primera hipocresía: ¿por qué se tiene en mejor estima a los «masajes con final feliz» que al servicio sexual si ambos realmente son servicios sexuales remunerados?
Con respecto a la crítica de una parte del feminismo -porque hay una corriente que defiende la prostitución libre, no lo olvidemos-, es paradójico el defender la libertad de la mujer para acabar con una vida -ya sea celular o completa, dependiendo de la concepción de «vida» que cada persona tenga- mediante el aborto, con el principal argumento de que el cuerpo de la mujer es libre y es solo suyo, y sin embargo, si quieren utilizar su cuerpo para prácticas sexuales libremente consentidas y remuneradas, se habla de «heteropatriarcado», «machismo», «esclavitud», cuando no se habla directamente de «capitalismo» con una connotación negativa por supuesto. Creo que es un argumento paradójico y erróneo.
Yo soy liberal y creo en que cada uno puede hacer con su cuerpo lo que quiera, ya sea abortar, ejercer la prostitución, cambiarse de sexo o ponerse pendientes. No se puede ser liberal a medias como no se puede ser feminista a medias.
Otro de los argumentos erróneos para defender la no legalización de la prostitución, para penalizar una parte de la libertad sexual, es confundir, como he comentado antes, la trata de blanca con la prostitución cuando la primera no es ni mucho menos condición necesaria para la segunda. No es necesario que te obliguen a ejercer la prostitución para ejercer la prostitución al igual que no es necesario que debas dinero a un camello para trapichear con drogas, porque ambas cosas las puedes hacer libremente sin que haya obligación de por medio. Por un lado, quizá debiera ser el responsable discernimiento del usuario de la prostitución -como del consumidor de drogas- para comprobar, en base a ciertos indicadores, si detrás de una oferta sexual hay falta de libertad -por ejemplo, si son extranjeras o no, si se trata de un piso independiente, compartido, un club de alterne o en plena calle.
Pero por otro lado, debe ser el Estado mediante la regulación de la actividad sexual remunerada y la acción policial quien persiga a los desgraciados que esclavizan a quienes ejercen la prostitución obligándoles a hacerlo. Si se regula la actividad como ocurre en Holanda, con espacios tasados que cumplan unos determinados requisitos sanitarios, higiénicos y administrativos, con distancia de colegios, hospitales y parques infantiles, se da de alta a las personas prostitutas en la Seguridad Social como trabajadores autónomos, con obligaciones de declarar el IRPF y el IVA trimestralmente como todo hijo de vecino, acompañado de un endurecimiento total de las penas por proxenetismo y control policial, se puede conseguir el triple objetivo de perseguir el proxenetismo, de regular la situación de los trabajadores que libremente quieren ejercer la prostitución -ofreciendo siempre alternativas laborales para que no se vean obligados a hacerlo, mediante programas de inserción social- y además engordar las arcas del Estado mediante cotizaciones a la Seguridad Social e impuestos en Hacienda.
Por último, esta propuesta de regular la prostitución como en Holanda recibe críticas por no acabar con el proxenetismo. Por desgracia, los delitos nunca se acabarán, pero sí pueden disminuirse mediante un exhaustivo análisis científico de la aplicación de políticas públicas que regulen la libertad sexual remunerada con el fin de mejorarlas. Además, se podría crear una especie de Consejo Laboral donde estén representados el Estado, los sindicatos de trabajadores sexuales y las patronales de los clubes de alterne y pisos de citas de cara a una concertación total donde todas las partes decidan con diálogo y consenso, junto a la acción de los trabajadores sociales para ofrecer alternativas de inserción laboral y a las actuaciones policiales y judiciales.
Si se quiere regular la prostitución al mismo tiempo que acabar con el proxenetismo de una forma eficaz, se puede. Solo hace falta voluntad. Como dirían aquellos: «¡SÍ SE PUEDE!».