Hoy día un debate muy activo, ferviente y muy en boga dentro de nuestra sociedad es la cuestión del feminismo y sus feministas. ¿ Pudieron existir mujeres adelantadas a su tiempo o incluso que hayan pasado desapercibidas a lo largo de los siglos sin llegar a tener un reconocimiento por su labor? Tal vez ese puede ser el caso de Urraca I de León.
Hija de Alfonso VI Fernández y su segunda esposa, Constanza de Borgoña, Urraca nació en León el 24 de junio de 1081, siendo la única hija sobreviviente del matrimonio. No sería hasta el año 1109 cuando accedería al trono. Urraca destacó de forma inmensurable entre las féminas de la época, pero no sólo respecto a sus coetáneas. Su carácter indomable que demostró desde muy joven, y su temperamento inaudible, crearon la imagen de una figura poco habitual para el momento, sobre todo en plena Edad Media, cuyo carácter pudo haber heredado por parte de su tía paterna, Urraca de Zamora, conocida célebremente por hacerle frente a su hermano Sancho II en el asedio a la ciudad de Zamora.
A pesar de ser la primogénita del rey, Alfonso VI se convertiría años más tarde en padre de un varón llamado Sancho Alfónsez, hijo de Zaida, una reina mora, nuera del rey de Sevilla Al-Mutamid. Tras el asedio a la ciudad de Córdoba y la muerte de su marido, el joven Fath al-Mamum, señor de Almodóvar del Río, Zaida pidió la protección de la corte leonesa. Una vez establecida en la corte de Sahagún, se unió al extenso concubinato del rey Alfonso. Más tarde, se convertiría al cristianismo y adoptaría el nombre de Isabel. Según las crónicas de la época, algunos autores sitúan a Zaida como concubina del rey, pero sin embargo otros historiadores, señalan que pudo hacerse factible el matrimonio entre ambos, para que de esta forma pudiera acceder al trono su hijo Sancho.
En un momento de la historia donde los varones tenían prioridad en la sucesión dinástica, Urraca se limitaba a cumplir con la tradición, heredar parte del reino que le pertenecía, y lejos de imaginarse que un día se convertiría en la primera mujer que ceñirá la corona de uno de los más destacados reinos de la Península. Sancho, entonces único hijo varón nacido hasta el momento, se encontraba en la primera línea de sucesión. Aunque no fueron pocos los matrimonios del rey Alfonso VI, en ocasiones incluso algunos sin descendencia o con descendencia femenina, sin contarlos hijos fuera del matrimonio. El viejo Alfonso VI conservaba la esperanza de ver cumplir una de sus mayores preocupaciones, el ascenso de su hijo Sancho al trono del Reino de León. Sin embargo, dichos anhelos se desvanecieron debido a que el joven falleció tras la batalla de Uclés.
La muerte de Sancho trastoca los planes del rey Alfonso. No sabemos cuándo Alfonso VI ordenó jurar a la corte su lealtad a Urraca, siendo esta la única hija y posible sucesora del rey por derecho propio después del fallecimiento de su hermano.
Con el reinado de Urraca se iniciaba así la casa de Borgoña en León, no solo por parte de Constanza la madre de Urraca, que a la vez era nieta del duque de Borgoña, sino también porque Urraca había contraído matrimonio con Raimundo de Borgoña, que al mismo tiempo era pariente de su madre Constanza.
Urraca había heredado el condado de Galicia, cuya gobernación compartió con su marido Raimundo. El matrimonio tuvo dos hijos: Sancha y Alfonso. Alfonso Raimúndez se convertiría en el sucesor legal a la corona años más tarde, tras la muerte de su madre. Con el acuerdo matrimonial de otra de las hijas de Alfonso VI, Teresa con Enrique de Borgoña, el monarca se vio en la obligación de dividir Galicia en dos partes: por un lado, el Reino de Galicia concedido a Raimundo y Urraca; y por otro lado, el Condado Portucalense, que sería entregado a Enrique y Teresa en forma de dote de la joven en el matrimonio.
Sin embargo, la unión entre Raimundo y Urraca no fue del todo idílica. Mujer de gran temperamento, Urraca no respondía al típico perfil de princesa medieval, callada, sumisa y obediente, sino todo lo contrario, era rebelde, caprichosa, bulliciosa, acostumbrada a tomar sus propias decisiones y hacer realidad su propia voluntad. Antes de sus primeras nupcias con Raimundo, Urraca ya había desempeñado varias tareas de gobierno. Según afirman algunos historiadores, Urraca era una mujer singular en ciertos aspectos, e incluso, excepcional para su tiempo. Este carácter inusual para la época de la reina, chocaba con la naturaleza autoritaria de Raimundo, lo cual mostraba la imagen de una relación difícil y compleja.
Intereses personales y políticos se priorizaron por parte de ambos, además de las deslealtades por parte de Urraca hacía su marido con dos amantes castellanos. Todo esto hacía crecer aún más el odio y rechazo que profería Urraca hacia la figura de su marido. Finalmente, Urraca enviudó de su marido Raimundo.
La muerte de su hermano Sancho, y posteriormente la de su padre Alfonso, supuso la oportunidad no solo para demostrar la capacidad gubernativa de Urraca al frente del Reino de León, sino que una mujer podía ostentar a través de su propia herencia un reinado. Muchos habían dudado de la capacidad de la princesa para desempeñar y desenvolverse en tareas propias de hombres. Su padre el primero. Por esta razón, Alfonso VI antes de morir, impuso un nuevo matrimonio a su hija, con Alfonso I «el batallador´´, creyéndola incapaz de asumir y hacer frente a las distintas cuestiones políticas y militares en solitario tras la muerte de su primer marido. La intención de Alfonso VI era doble. Por un lado, desposar a su hija con el rey aragonés, para que de esta forma la descendencia de ambos reinaría en León y Castilla, y por otro lado, unir fuerzas entre todos los reinos cristianos de España, para combatir a los almorávides. Sin embargo, si el matrimonio con Raimundo fue difícil, la situación con Alfonso no sería diferente sino incluso más complicada e insostenible. Esta nueva unión contaba con una fuerte oposición que procedía desde distintos sectores. En primer lugar, no era bien vista con buenos ojos por la nobleza castellana, capitaneado por los amantes de la reina, los condes Gómez González de Candespina, y Pedro González de Lara, quienes creían que la reina era lo suficiente inteligente para gobernar en solitario. En segundo lugar, el clero, el cual percibía con cierto recelo esta unión, en parte por las indudables influencias francesas por parte de su familia materna del ducado borgoñes, quienes preferían la elección de Alfonso Raimúndez, el hijo que había tenido la reina con Raimundo.
Los desprecios de Urraca por Alfonso el batallador se hacían notar en el ambiente. No fue en pocas ocasiones, en las que la reina abandonó la alcoba que compartía con su esposo, circunstancias y discrepancias motivadas por las sucesivas insurrecciones acaecidas en Galicia. La represión ejercida de la mano de «el batallador´´ en tierras gallegas, no hizo más que empeorar la situación y crear más sentimientos de aversión, odio e indiferencia, no solo por parte de la nobleza y el clero, sino de su misma esposa. Incluso en algunos documentos de la época, el desprecio hacia «el batallador´´ se apreciaba por ejemplo en el reconocimiento único y exclusivo de Urraca como la única autoridad de aquellas tierras.
Posiblemente uno de los pocos entendimientos entre la pareja, sería su lucha común contra los almorávides. Excepción a parte, su propio marido se había convertido con el transcurso del tiempo en su peor enemigo, hasta tal punto en que Urraca en una ocasión llegó a ser apresada por él en la fortaleza de El Castellar, donde las huestes de sus amantes castellanos consiguieron liberar. El punto de inflexión lo marcó el momento en el que Alfonso se quiso apoderar del Reino de León. Urraca consideró este hecho como un desafío y encomendó un ejército propio con el que hacer frente a su marido con ayuda de sus partidarios. Después de esta constante pugna entre ambos se llegó a un acuerdo de respeto respecto a sus respectivas propiedades y el matrimonio se anuló.
Tiempo después Urraca volvió a casarse con uno de sus antiguos amantes, González de Lara, al que probablemente amo hasta la muerte. La reina murió posiblemente un tal 8 de marzo de 1126 en el Castillo de Saldaña. Las distintas hipótesis entorno a su muerte no se hicieron esperar, entre ellas destacar algunas como un posible parto adulterino, una larga enfermedad o una repentina muerte. Algunos cronistas se atrevieron a decir que Urraca reinó tiránicamente y mujerilmente diecisiete años y acabó su vida infeliz en el castillo de Saldaña al dar a luz a un hijo fruto de un adulterio. Ni siquiera en su epitafio en el Panteón de los Reyes de San Isidoro de León se quiso dar ninguna noticia positiva acerca de su reinado, simplemente se ha recordado su figura como hija de Alfonso VI y madre del emperador Alfonso VII. A su muerte, Urraca dejó íntegra la herencia que había recibido de su padre Alfonso VI. Alfonso VII Raimúndez accedería al trono tras la muerte de su madre en 1126.
La reina Urraca demostró ser una eficaz estratega tanto militar como políticamente. Una extrovertida diplomática que supo atraerse el favor de la nobleza y la curia, desafiando de esta manera a sus esposos. De corazón indomable y de naturaleza insumisa, no permitió que ninguno de sus maridos le ordenará que hacer, y menos aún doblegarse ante ellos, aceptando simplemente ser la consorte del rey.
Doña Urraca exclamó ante la actitud de su esposo Alfonso: el Rey soy yo. No dijo: la Reina soy yo..