«El infortunio se enamoró del Paraguay»
Teodosio González
El paisaje dantesco de un país asolado por una guerra desigual de un trágico lustro, ofrecía a sus visitantes el rostro andrajoso de la tragedia, donde niños famélicos jugueteaban entre los escombros, las mujeres imploraban limosna y acogimiento y, de vez en cuando, existía la silenciosa y triste sorpresa de encontrar a un hombre sin el acento marcado de argentinos y brasileños. El Paraguay se encontraba en la más absoluta ruina.
Tras la muerte del Mariscal Francisco Solano López, se daba por terminada la Guerra contra la Triple Alianza y se iniciaba el proceso de la reconstrucción, de la mano de políticos exiliados en los tiempos de los López y de algunos estudiantes avezados que buscaban protagonismo en la incierta y bulliciosa palestra política de la «Patria Nueva».
Fue así que tras la injerencia del los aliados en la política nacional, se eligió a Cirilo Antonio Rivarola como presidente para agilizar la negociación de la cuestión limítrofe con el Brasil, enviando a Carlos Loizaga para tal efecto. El Paraguay quedaría desmembrado y buscaría en aquel infame tratado tener al Brasil como garante de un préstamo de 1 000 000 de libras esterlinas de la banca de Londres. El imperio adujo que no podría hacerlo, pero que ofrecía al Paraguay su «apoyo moral»
El préstamo se manejó desde los oscuros telares de la corrupción en todas las partes: el país acordó pagar 100 £ por cada 64 £ recibidas, y de los 1 000 000 £ prestados, el ministro de Hacienda, Francisco Soteras, informó de la llegada de tan solo 394 400 £ que se usarían para «propósitos de Estado».
De aquella deuda odiosa se compraron 20 000 bueyes a 7$ por cabeza y se recibió solo novillos y una hacienda de cría; 80 000 arrobas de maíz se compraron a 2$ por arroba siendo que el precio de mercado era de tan solo 0,25 $ por arroba. Esto representó un fraude por más de 140 000 $.
De los 50 000 $ «destinados» para el fomento de la educación, se empleó en la canallada de comprar tres cajones de cartillas y panfletos que contaba con una especie de manual sobre «cómo adquirir virilidad».
Los 500 000 $ que iban a ser empleados para la creación del Banco Nacional fueron igualmente destinados a los bolsillos de ministros y un extenso séquito oportunista.
Como si no bastara tanta ignominia, en el gobierno de Salvador Jovellanos, se aprueban ahora 2 000 000 £ de los cuales solo llegan 128 000 £.
Estas frondosas deudas generaron problemas cuantiosos para los gobiernos venideros en la negociación con los tenedores de los bonos, que se pagaron totalmente recién en los inicios de 1960.
Luego de tanto padecer, el poema del uruguayo Carlos Guido Spano resonaba entre los escombros que a su vez eran los nuevos cimientos del origen de un flagelo hasta hoy persistente. Tras ciento cincuenta años, el urutaú sigue llorando.