»Es necesario estar recto, no que te pongan recto».
Marco Aurelio, Meditaciones
En el decurso de la historia paraguaya han pasado los hombres y quedaron las instituciones, y el resultado de este estacionamiento de influencias pasadas despliega una injerencia con tufos autoritarios, insuflados por el más avieso patrimonialismo, es decir, personajes encumbrados con ínfulas cuasi monárquicas que veían al Estado como propiedad de uno en detrimento de todos.
La órbita por la que la política paraguaya discurrió por más de medio siglo fue la corrupción como elemento inherente al Estado autoritario (Martini y Yore, 1998), siendo esta el eje principal que sostenía a una nación cooptada por el latrocinio y la felonía a las esperanzas de un pueblo ávido por un proceso de democratización efectiva. El sujeto social en los tiempos dictatoriales estaba condenado a ser una especie de galeote que conducía el destino de un Paraguay inficionado por la impunidad.
Toda intentona de resistencia a un poder atravesado por el aparato castrense, que no era otra cosa sino el elemento “persuasivo” perfecto, quedaba a las sombras de las tinieblas. Como reza el filósofo surcoreano Byung-Chul Han “El poder y la información no se soportan bien. Al poder le gusta envolverse en secreto”, y era la invisibilización o, de última ratio, la demonización, los ardides expuestos por el régimen para el sostenimiento del “orden”.
Enferma la democracia, los grupos de poder gozaban a ultranza las cosechas de un sembradío alimentado por el miedo, la represión y el más avieso subdesarrollo económico y social, teniendo a la corrupción como vértebra principal de la consolidación, reproducción y herencia de un sistema que hoy hace supurar una herida heredada.
La intención principal es arrojar luz sobre la visión de una corrupción vivenciada desde la herencia y, como tal, demostrar que su desactivación se corresponde necesaria y lógicamente a la identificación de sus esquemas y la atención de sus raíces. Estos patrones, si revisamos nuestra historia reciente, podremos encontrarlos fortificadamente articulados en nuestra democracia del nuevo siglo, y resulta de necesidad urgente la unificación de la ciudadanía para acompañar los procesos llevados en pos del fortalecimiento de nuestra democracia y el regreso a la confianza institucional, extraviada desde hace años por causa de prácticas poco idóneas de personas y grupos continuistas del legado maldito.
La postración de nuestro país por razón de la hipercorrupción puede cicatrizar esta rotura desde una política cimentada en la integridad y la transparencia de sus procesos, apoyados por una ciudadanía activa que vele por la administración llevada, para así poder vivenciar un verdadero ejercicio y experiencia democrática en un país históricamente sediento de ello.