En la madrugada del 18 de julio de 1936 tiene comienzo la Guerra Civil Española. Tras un alzamiento militar llevado a cabo por los sublevados contra la Segunda República, el 18 de julio, o también denominado posteriormente, Glorioso Alzamiento Nacional por el régimen franquista, se convertía en una fecha clave para conmemorar la victoria contra el Frente Popular y el derrocamiento de la República. Se inaugura un régimen político cuyo principal argumento era el intento de mantener vivo el espíritu de la Guerra Civil y la defensa de la unidad de España.
No obstante, el alzamiento militar en un principio no triunfa por completo, pero tampoco se malogra del todo, simplemente produce la división del país en una segmentación ideológica con dos claros bandos antagonistas, republicanos y nacionales.
Comprender el proceso que condujo a España hasta la Guerra Civil de 1936 es prolongado y tortuoso. Es necesario tener en cuenta, en primer lugar, los problemas estructurales y las disputas políticas de las décadas anteriores, donde poco a poco se fue fraguando la compleja división del país en dos bloques sociales considerablemente opuestos. En segundo lugar, tener en cuenta que se trató de un conflicto complejo, donde todos los segmentos de la sociedad eran responsables de la gestación de dicho conflicto. Un conflicto inevitable, donde coexistía una amplia amalgama de conflictos anteriores y que se solapan de tal manera que acentuaron aún más el creciente aumento del odio. Llegados a este extremo, la Guerra Civil fue percibida como la oportunidad de resolver los conflictos intensificados en los últimos años.
En palabras del historiador hispanista Paul Preston, la Guerra civil fue la clara culminación de una serie de luchas desiguales entre las fuerzas de la reforma y las de reacción que dominaban la historia de España desde 1808. La Guerra Civil representó la última expresión de los intentos de los elementos reaccionarios en la política española de aplastar cualquier reforma que pudiera amenazar su privilegiada posición y el predominio del poder de las antiguas oligarquías y noblezas terratenientes, como así también el poder de la monarquía y de la Iglesia.
Por esa razón, los odios políticos se habían extendido durante el periodo de la Segunda República como consecuencia del reflejo de los conflictos arraigados en la sociedad española del siglo anterior. Encontramos algunos claros ejemplos como la ferviente pugna entre los grandes terratenientes y la modesta burguesía progresista, la evolución del movimiento anarquista como por ejemplo la Semana Trágica de Barcelona de 1909, lo que nos transferirá a presagiar más tarde los enfrentamientos violentos de la Guerra Civil. A esto se suma, el creciente malestar de los industriales vascos y catalanes contra la oligarquía agrícola, aprovechando dicho descontento como base para financiar sus respectivos movimientos regionalistas y nacionalistas.
Sin embargo, para que la sublevación tuviera éxito, el golpe de estado se sustentó principalmente en la protección a ultranza de la patria contra los supuestos enemigos de España. El comunismo, el socialismo, el anarquismo y el separatismo se situaron en el punto de mira de los rebeldes, además de ser percibidos con recelo por estos. A su vez, especial importancia despertó la acérrima defensa de la religión, cuya atención se centró sobre todo en la creación de una especie de cruzada religiosa con la intención de salvaguardar al país frente a posturas consideradas inadecuadas como el anticlericalismo, el ateísmo y el antirritualismo.
La Segunda República ponía en peligro todo y cada uno de los privilegios de las clases más acomodadas, convirtiéndose en un claro desafío y en una amenaza, mientras alentaba por otra parte las esperanzas de las capas sociales más humildes. Tras el estallido de la Guerra civil, se iniciaba una guerra caracterizada por una extremada violencia, perpetrada por fanáticos de ambos bandos, y un terror sistemático apoyado en una represión policial y una exaltación revanchista. Una guerra que condujo hacia un conflicto inevitable, una guerra que dividió aún más a la sociedad española, y que consiguió su reconciliación nacional con la llegada de la Transición.