DESAFECCIÓN Y DESAPEGO SOCIAL
La desafección política se suele identificar con el desapego de la ciudadanía hacia el sistema político y los profesionales que lo representan.
En ocasiones, el distanciamiento es indiferencia, otras desconfianza, y muchas veces recelo hacia unos líderes sociales que cada vez más son vistos como gestores de intereses privados y elitistas más que como representantes del bien común.
España, con unos niveles de participación política tradicionalmente bajos, está condicionada políticamente por un pasado político sin educación democrática y una tradición de ciudadanía espectadora en la que hay muy poca implicación en asuntos políticos.
DESAFECCIÓN POLÍTICA EN ESPAÑA
Según el ministro de interior protagonista de Ensayo sobre la lucidez, “el voto en blanco puede ser apreciado como una manifestación de lucidez por parte de quien lo ha usado” (Saramago, 2004: 226), refiriéndose a la posibilidad de concurrir a unas elecciones en la que la mayor parte del electorado se manifieste contraria a la terna de representantes que se le ofrece por parte de los partidos políticos ejerciendo su derecho voto a través de un voto en blanco masivo.
Tanto la abstención como el voto en blanco son dos indicadores evidentes de la desafección política en democracia, ya que muestran el desapego y el alejamiento de los ciudadanos con respecto a un sistema político con el que no se identifican y a través del cual sienten que no pueden ejercer control democrático.
La muestra continuada de hechos graves de corrupción en España por parte de la clase política, unas veces cínica, otras caciquil, han hecho que la desafección política haya encontrado un nivel de estabilidad continuado a lo largo de los años en la reciente democracia española.
Esta desafección contiene un componente cultural importante en la sociedad nacional, ya que su actual democracia procede de un sistema político autoritario en la que la gestión de las instituciones corría a cargo de una elite afín a la cúpula de la dictadura y que a su vez transmitía a la ciudadanía un mensaje negativo sobre la oscuridad y defectos de la acción política.
DESAFECCIÓN POLÍTICA vs DESAFECCIÓN INSTITUCIONAL
Cuando hablamos de desafección política nos estamos refiriendo al desapego político y a la falta de interés por la política, por su información y por su rendimiento, por sus procesos y por su repercusión, mientras que cuando nos referimos a desafección institucional estamos haciendo hincapié en la falta de confianza en aquellos actores institucionales del panorama democrático y que actúan como protagonistas dentro del sistema democrático, como podrían ser el Parlamento o los propios partidos políticos (Montero, Zmerli y Newton, 2008).
Cuando la segunda se acentúa, los mimbres del estado democrático ceden y dan paso al surgimiento de grupos contrarios al sistema que intentan cambiar el orden democrático desde dentro, con las herramientas que proporciona un sistema igualitario y que hacen bandera del mal funcionamiento del sistema político para así instaurar otro tipo de orden cercano a sus propios intereses, socavando la legitimidad de organismos públicos como tribunales de justicia, o privados, como pueden ser los propios medios de comunicación en su labor de vigilantes de excesos del poder político, convirtiéndose de esta manera en una nueva forma de quiebra democrática denominada por los profesores Aziz Huq y Tom Ginsburg como regresión constitucional (Huq y Ginsburg, 2018).
NUEVAS FORMAS DE SOCIALIZACIÓN: MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y REDES SOCIALES
Buena parte de esta regresión constitucional procede de las nuevas formas de recibir y gestionar la información política que se contemplan hoy.
La mayor parte de la población sigue informándose de la actualidad política a través de la televisión a pesar de la irrupción de internet como medio de adquisición de información, pero sí es cierto que el consumo de información política a través de canales de comunicación no tradicionales ha aumentado en los últimos años gracias a su inmediatez y su alejamiento de los intereses de los grandes imperios mediáticos que actúan como grupos de presión de la clase política.
Pero como se lleva diciendo desde que la difusión de la información se hizo masiva, no hay más realidad que aquella que aparece en los medios, y si hablamos de política, no hay líder político que se precie que quiera aspirar a lograr representación pública institucional que no tenga una cuota de aparición mínima.
Es por ello que nos encontramos actualmente en una situación similar a la de una campaña electoral permanente en la que líderes políticos y sociales se prestan más a colocar sus mensajes partidistas más que a entablar un debate provechoso entre partes, alimentando así una participación política de trinchera en la que el espectro político se conforma mediante hooligans, ciudadanos muy politizados y sin intención alguna de comprender el mensaje del bloque contrario, hobbits, aquellos para los que la política carece de interés o vulcanianos, defensores del racionalismo (Brenan, 2017).
A modo de ejemplo de cómo las redes sociales y más concretamente Twitter influyen en la geopolítica internacional, podemos realizar un seguimiento de las fluctuaciones de algunos índices bursátiles mundiales como el SP500, Nikkei o DAX y relacionar picos de cotización causados por intercambios de tweets entre Trump y el Global Times chino a cuenta de la guerra comercial entre ambas potencias.
Esta nueva forma de interacción directa, simplista y carente de matices, forma parte de una nueva manera de comunicación política y de periodismo basado en el politainment, una hibridación de política y entretenimiento (Sande, 2018) basada en la radicalización del discurso mediante la banalización de los mensajes negativos y escabrosos de la política que muestran solo una interpretación subjetiva superficial de la realidad y que promueve el sectarismo y la desafección política en la ciudadanía.
UN MUNDO DE SOLITARIOS INTERCONECTADOS
Al final somos espectadores de un mundo cada vez más interconectado en el que las múltiples formas de relación y comunicación social hacen que la adquisición de información sobre asuntos públicos sean cada vez más complicadas debido a la red de intereses económicos, políticos e ideológicos que existe.
Estos mismos recursos tecnológicos están transformando la comunicación política tanto en la forma como en el medio, acercando el mensaje de los partidos más a los sentimientos primarios del ciudadano más que al acto racional y deliberativo en el que debería convertirse la gestión pública: mensajes directos, cortos, saturados de imágenes impactantes y vídeos virales sin filtros profesionales o fake news están cada más instaurados en nuestra sociedad.
Y es este nuevo espacio de comunicación política el que está condicionando de forma más clara la forma de hacer política hoy.
Si hace unas décadas Sartori nos decía que “los sondeos de opinión no son la vox populi, sino la expresión del poder de los medios sobre el pueblo” (Sartori, 1998), hoy ese papel lo juegan las redes sociales y el manejo de los perfiles de los usuarios de las mismas con fines políticos para hacer más eficientes los mensajes, llevando a cabo una mayor sofisticación de la difusión del mensaje político.
Este poder que tienen ahora las redes sociales en cuanto a suministradores de información personal de la ciudadanía y como generadores de opinión a través de la presión social que ejerce el grupo de iguales sobre el individuo, afecta a la relación entre representantes y representados en el sentido de que el proceso democrático se ve condicionado por una movilización de grupos diferente a la que se llevaba años atrás.
EL DESPRESTIGIO DE LO PÚBLICO Y LA SALUD DE LA DEMOCRACIA
Vivimos en una sociedad en la que el desprestigio de lo público campa a sus anchas, el individualismo se antepone a cualquier proyecto común y la privatización de aquello que nos corresponde a la población como derecho básico va en aumento.
Si no se mantiene un proyecto global como sociedad, el papel de lo público cada vez tendrá menos interés y el peso de la esfera política será marginal con respecto a otro tipo de proyectos que no sean tan adecuados para el desarrollo de un modelo democrático.
Ninguna democracia es eterna y si no se cuidan los pilares sobre los que se sustenta, daremos pie a otro tipo de régimen político que quizá no sea el más adecuado. Como dijo Saramago en la presentación del libro con el que se abre este artículo, “la demagogia siempre nos parece cosa de los otros”.