Historiador realista y pesimista antropológico. La batalla de Otumba

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Nunca tantos debieron tanto a tan pocos.

Hoy no solo será un San Fermín extraño, también será el quinto centenario, que no se celebrará, de la más épica, gloriosa e increíble batalla de toda la historia conocida.


El 7 de Julio de 1520, un puñado de españoles (vascos, andaluces, extremeños…) y sus aliados tlaxcaltecas, ambos completamente en las últimas, plantan cara a un muy numeroso ejército azteca que los perseguía y contra todo pronóstico logran la victoria más absoluta en la batalla de Otumba.
Venían de La noche Triste, engrandecida, recreada, ampliada y falseada por la aún más falsa Leyenda Negra. Los españoles y aliados que pudieron huir, sin casi caballos, armas de fuego, ni aún menos artillería, se rehacen, apelan a su disciplina militar, a las tácticas de los campos de batalla europeos y a desesperación.


Pero.. ¿y por qué otros indígenas les ayudaban? Porque ríete de los regímenes de terror del siglo XX y algún que otro del XIX. Los aztecas era un creciente y demente imperio que ejercía un duro control sobre los pueblos sometidos. Esperando su rebelión para aplastarla y luego un ritualizado proceso sobre ellos de tortura, sacrificios y canibalismo.


Llegados a la fecha de la batalla, los malos(sí los malos, los genocidas, los caníbales) están confiados de su victoria segura. Las fuentes citan 100000 enemigos, contra menos de 500 españoles y no más de 3000 aliados. Obviamente las muy numerosas visiones indigenistas, y críticas con los logros peninsulares, reducen a las fuerzas aztecas a «solo» 20000. Aun aceptando esas cifras, si tanto cuesta reconocer los éxitos de «los de la piel de toro», la desventaja sigue siendo de uno a siete, no está mal. Los de Cortés hacen formación cerrada con un bosque de picas como muralla y los atacantes que las pasan, buscando prisioneros para merendar, son liquidados con las espadas. La resistencia es heroica, ríete de las Termópilas, que ni Leónidas aguantó lo que se esperaba, que los 300 tenían bastantes más aliados helenos y que la desproporción no era tan grande con los de enfrente.

Pese a la épica, los aztecas reponen bajas como quien ve llover tras el cristal mientras los defensores cada vez se encuentran más agotados. El extremeño debería pensar que la gesta está bien, pero la victoria está mejor. Saben por sus aliados que los mesoamericanos, al igual que muchos antiguos pueblos prerromanos, que si derrotan al jefe enemigo y conquistan su estandarte ganan la batalla. Reúne a los pocos caballeros que todavía tiene, Alvarado y Juan de Salamanca entre ellos, e inician una cabalgada de película. De película americana claro, menuda escena sí fueran tejanos y la hiciera John Ford.

Dice algún cronista emocionado que al grito de «Santiago» el propio apóstol aparece y cabalga junto a ellos como en Clavijo. Pero como en esa batalla la emoción de la leyenda seguramente agilizó la imaginación del narrador.
Llegan, pues, hasta Matlatzincatzin, el nuevo líder azteca, vamos el Napoleón, Hitler o Stalin de los malos y Cortés le derriba y Juan de Salamanca acaba con él. Otro que si no fuese de esta tierra, tendría plaza, estatuas y demás, pero mejor que no, así ningún analfabeto puede derribarlas. Pero bueno aquí se prefieren poner a heroicos traidores que se han llamado Libertadores… entre otros, pero esa es una historia para un futuro momento.

Vencido su jefe, los aztecas caen en desbandada y los españoles y aliados pueden retirarse ordenadamente a recomponerse en tierras tlaxcaltecas y esperar refuerzos. El resto es historia.

Los indigenistas lamentan la derrota de los mexicas, o según otros los mejicanos, si bien esta identidad fue creada por la herencia de los españoles en el Virreinato de Nueva España, al unir tribus enfrentadas crónicamente (y es que a tlaxcaltecas y compañía le habían cogido el gustillo de comer carne, algo que les prohíben hacer ahora con eterno agradecimiento de los vencidos). Marvin Harris decía que esta antropofagia era por falta de proteína animal, debe ser que después de la conquista los chorizos y las morcillas crecían en los árboles. Pero si lo dice la Academia y nadie lo cuestiona será verdad.

Los españoles usan fuerza y diplomacia para ganarse a los pueblos americanos, para darles un estatus jurídico de seguridad, propiedad e igualdad que son bastante desconocidos por la mayoría hoy día (antes de opinar sobre lo que se ha oído, que ni siquiera leído de las críticas del exencomendero y después fraile Bartolome de las Casas, bueno sería que miraran las Leyes de indias, documento sin igual en la Historia, donde en el debate de su formulación es el único país que se cuestiona el derecho de conquista).

La frase inicial es de Churchill en la batalla de Inglaterra, pero bien se podía aplicar al reducido grupo de Cortés, que dieron la libertad a numerosos pueblos, libertándolos de la crueldad y la tiranía. Además de que ganaron su seguridad, es decir su vida, luchando por ella.

Hoy nadie lo recordará, como mucho será una cita de efeméride del día. Pero es una fecha para celebrar y estar orgullosos de ella para siempre.

Esto y algo más podréis leer en la revista de ciencia política Somos politólogos de los editores David Ingelmo Rodríguez e Isaac MH, que amablemente me han invitado a publicar en ella, bajo el tema de debate: libertad Vs seguridad.

Obviamente me he tomado la libertad de llevarme el tema a una de mis historias.

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