Tanatología política o sobre la política de la muerte

Tanatología política o sobre la política de la muerte

 «La muerte es sólo el principio[1]», frase enigmática que involucra una afirmación sobre lo desconocido, dado que, máxime, a la muerte se le puede conocer por referencias, quizás fuentes secundarias, como a una vecina, compañera, casi amiga, pero nunca de primera mano, como fuente primaria, en especial porque conocerla bien, a fondo, implicaría no poder vivir para contarlo, por paradójico que sea.

Vale decir que, dentro del pensamiento político, hay ciertas corrientes que persiguen en este sentido la vida[2], pero pasando antes por la muerte, haciéndole una suerte de culto, de ritual. Se dice que es necesario que toda sociedad entre en una fase de decadencia para que se fortalezca a sí misma, sus miembros e instituciones, no obstante, el problema acaece cuando lo que se desea es que perezca la misma con miras a erigir sobre sus restos tibios un nuevo orden social, siempre utópico, principalmente porque mal se puede desechar lo viejo si, en efecto, sus formas y contenidos son las bases que permiten la disertación y afirmación de sus errores, vicios y contradicciones que se pretenden abolir. No es ajena la concepción de Polibio, pensador griego, quien decía que toda forma de gobierno, pasaba una fase de evolución, desde lo puro hasta lo impuro, la cual llamó anaciclosis[3].

En este sentido, si se procura observar el cuerpo político y su esencia, el orden en sí mismo, este tiene una fase natural de crecimiento básico, desarrollo pleno y declive concreto. Claro está, que hay concepciones que procuran acelerar el declive de algunos órdenes, más que para su renovación, su abolición, con el deseo de establecer lo nuevo en solución de continuidad con lo viejo, es decir, una suerte de ruptura, de negación del pasado, como si los andariveles de lo social y cultural, no tienen una base histórica y antropológica que les dé sentido al ser y a la comunidad, al hombre y la mente, en diálogo ininterrumpido con su otredad. Lo político[4] y la política[5] fallecen, donde más que hablar desde dicho nihilismo sobre la «muerte de Dios»[6], se habla de la muerte de la razón, llevando al paredón al politikón zóion. aristotélico[7], negando el symploké[8]combinación, entretejimiento, entrecruzamiento— entre individuo y sociedad.

No obstante, para configurar esa visión de la decadencia política hacen uso de una herramienta mitológica e impersonal, con ínfulas de eternizarse como eje supremo de lo político: el estado. Dalmacio Negro comenta en el Prólogo de Sobre el Poder, obra de Bertrand de Jouvenel, que: «El Minotauro es eterno como el Poder; el Estado es el palacio que construyó Hobbes, moderno Dédalo, para albergarlo[9]».

La aseveración previa alude a que lo estatal, suerte de «dios mortal» —recordando a Hobbes[10]— y bestia mitológica que diluye lo sagrado en lo laico, asumiendo divinidad propia —valga la aporía—, sustituye lo natural por lo artificial[11], en detrimento de lo intemporal sobre lo perecedero, cuya fuerza se impone a la razón, consagrando la unidad de lo político y lo sagrado, para que de lo estatal nazca todo orden social, cuyo orden jerárquico y burocrático no es más que la materialización del mito y el rito, transformado en religión política, base del totalitarismo donde «todo dentro del estado, nada fuera del estado[12]».

Puede parecer curioso pero una vez que se ingresa al orden del artefacto estatal, toma vida aquella frase dantesca[13] por la cual: «Lasciate ogni speranza voi ch’entrate», donde no hay Virgilio alguno que guíe en dicho tránsito infernal, sino múltiples barqueros, suerte de Carontes modernos, que ayudan al paso de un lugar a otro, todo siempre dentro del inframundo, a las pobres almas que entran por esas inclementes puertas; políticos, los llaman algunos. Por demás, hay un círculo especial, como decía Alighieri, para la base de lo estatal: la neutralidad, donde todo es amoral. Precisamente, bajo lo amoral crece el mal, dejando que el «habitus animi» que comenta Cicerón[14] sobre lo que define a la justicia, muera, no habiendo Diké ni Themis, sólo Némesis.

[1] Por curiosa apreciación cinéfila, véase: Escolano-Poveda, M. (2017). «Hierático en La Momia (1999): “La muerte es sólo el principio”». En: Escolano-Poveda, M (2015). The Egyptological Bibliophile. Recuperado de: http://egyptologicalbibliophile.blogspot.com/2017/05/hieratico-en-la-momia-1999-la-muerte-es.html.

[2] Agamben, G. (200). Homo sacer I: El poder soberano y la nuda vida. Valencia: Pre-Textos. Pág. 113 y ss. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora. Pág. 137 y ss.

[3] Polibio. (1981). Historias. Madrid: Editorial Gredos. Tomo V-XV. Libro VI, pág. 151 y ss.

[4] Schmitt, C. (2009). El concepto de lo político. Madrid: Alianza Editorial.

[5] Freund, J. (1986). Sociología de Max Weber. Barcelona: Ediciones Península. Pág. 195 y ss.

[6] A este respecto comenta el traductor Antonio Gómez Ramos: La frase que Nietzsche hará célebre, y que Hegel escribe antes que él para señalar el final del mundo antiguo y el paso el mundo cristiano, procede en realidad de Lutero y de la literatura evangélica en la que Hegel se había formado. Según recuerda el editor Bonsiepen, de Lutero mismo es el texto: «Pues nosotros, los cristianos, hemos de hacernos a los idiomas de las dos naturalezas iguales en Cristo/ pues Cristo es Dios y hombre en una persona/por eso, lo que de él se diga / como hombre / debe decirse también de Dios / y es que / Cristo ha muerto / y Cristo es Dios / y por eso Dios ha muerto / no el Dios separado / sino el Dios unido con lo humano/que del Dios separado ambas cosas son falsas…». En: Martín Luthers Werke, kritische Gesamtausgabe, vol. 50, Weimar, 1914, 589. En las Lecciones de Filosofía de la Religión Hegel se referirá a una canción de iglesia del mismo tenor, que Bonsiepen identifica en esta letrilla del siglo XVII: «Ay, qué dolor / que murió Dios / en cruz ha muerto / y por amor el cielo / nos lo ha abierto». Véase: Hegel, G. (2010). Fenomenología del espíritu. Madrid: Abada Editores. Universidad Autónoma de Madrid. Pág. 968.

[7] Aristóteles. (1988). Política. Madrid: Editorial Gredos. Pág. 50. Cabe señalar que el traductor de dicha versión, explica lo siguiente en la nota al pie de página 20 lo siguiente: «Nos encontramos con la famosa expresión aristotélica que define al hombre: politikón zóion. La traducción será siempre poco fiel. El sustantivo zóion quiere decir «ser viviente», «animal», y el adjetivo que le acompaña lo califica como perteneciente a una polis, que es a la vez la sociedad y la comunidad política (cf. supra, nota 2). ¿Cómo traducir la expresión griega: «animal cívico», «animal político» o «animal social»? En este pasaje parece referirse al carácter social de los individuos que forman la ciudad. Cf. también ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco IX 9, 1169M6 y ss.». Ibídem.

[8] «La aniquilación más completa de todo tipo de discurso consiste en separar a cada cosa de las demás,

pues el discurso se originó, para nosotros, por la combinación mutua de las formas». Platón. (1988). Diálogos, V. Parménides. Teeteto. Sofista. Político. Madrid: Editorial Gredos. Pág. 458. Tal afirmación recuerda a la siempre polémica frase divide et impera —divide y vencerás— comúnmente expresada.

[9] Negro, D. (1998). «Prólogo». En: Jouvenel, B. (1998). Sobre el poder. Historia natural de su crecimiento. Madrid: Unión Editorial. Pág. 37.

[10] Hobbes, T. (1980). Leviatán. Madrid: Editora Nacional. Pág. 267.

[11] Michael Oakeshott denomina la «tradición de la voluntad y el artificio», en oposición a la «tradición de la razón y la naturaleza» la nueva idea que se instaura y que da pie desde Hobbes al nacimiento de lo estatal. Oakeshott, M. (2000). Hobbes on Civil Association. Indianapolis: Liberty Fund. Pág. 7 y ss.

[12] Decía Benito Mussolini: lo Stato è l’organizzazione politica e giuridica delle società nazionali e si estrinseca in una serie di istituzioni di vario ordine. La nostra formula è questa: tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato. «Per la medaglia dei Benemeriti del comune di Milano». En: Mussolini, B. (1957). Opera Omnia di Benito Mussolini: Dal delito Matteotti all’attentato Zaniboni (14 giugno 1924 – 4 novembre 1925). XXI. Firenze: Fenice. A cura di Edoardo e Duilio Susmel. Pág. 425. Posteriormente, dicha frase sería reafirmada en su Discorso dell’ascensione —Discurso de ascensión— del 26 de mayo de 1927, bajo la expresión: «tutto nello Stato, niente contro lo Stato, nulla al di fuori dello Stato» —«todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado» (traducción propia)—. Véase: Mussolini, B. (1957). Opera Omnia di Benito Mussolini: Dall’attentato Zaniboni al discorso dell’ascensione (5 novembre 1925 – 26 maggio 1927) XXII. Firenze: Fenice. A cura di Edoardo e Duilio Susmel. Pág. 389.

[13] «Abandonad toda esperanza, vosotros que entráis» (traducción propia). Véase: Alighieri, D. (1993). «Divina commedia». Inferno: Canto III, No. 9. En: Alighieri, D. (1993). Tutte le opere. Roma: Newton Compton editori. Pág. 44.

[14] Decía el jurista romano: «Iustitia est habitus animi commune utilitate conservata suam cuique tribuens dignitatem». Ciceronis, M. (1878).  Artis Rhetoricae. Berolini, Apud Weidmanos. Andreas Weidner. Libri duo. Pág. 142. En este sentido, Salvador Núñez traduce dicha frase como: «La justicia es un estado mental que preserva los intereses de la comunidad y garantiza a cada uno lo que merece», Cicerón, M. (1997). La invención retórica. Madrid: Editorial Gredos. Pág. 299. A pesar de ello, consideramos más acertada la traducción de Marcelino Menéndez y Pelayo de dicha obra, quien en tal párrafo lo traduce de la siguiente manera: «La justicia es un hábito del alma que consiste en dar á cada uno su derecho, respetando la común utilidad». Cicerón, M. (1879). Obras completas de Marco Tulio Cicerón. Madrid: Imprenta Central a cargo de Víctor Saiz. Colegiata No. 6. Tomo I. Pág. 98.

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