Memoria histérica

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Memoria histérica

La memoria histórica debería ser como una memoria USB. Debería ser una herramienta necesaria para almacenar datos, que nunca se pierdan, comprobarlos, ordenarlos y estudiarlos

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La memoria histórica debería ser como una memoria USB. Debería ser una herramienta necesaria para almacenar datos, que nunca se pierdan, comprobarlos, ordenarlos y estudiarlos con detenimiento. Que cualquier persona pueda acceder a esa memoria, necesariamente imborrable para aprender de los errores del pasado y que no vuelva a suceder en un futuro.

Sin embargo, actualmente el gobierno no usa este USB como es debido, sino que, cuando no lo lanza contra el adversario, lo destruye o manipula. Se quejaban de Franco, que también destruía la historia tras la cruenta guerra civil en cada rincón de España, pero es que el franquismo era una dictadura, y un sistema democrático como el actual no puede compararse en modo alguno con un sistema autocrático, si realmente quiere ser democrático.

¿Por qué quitar calles y monumentos que reflejan una parte de nuestra historia en vez de dejarlos inertes en el tiempo para que, de una manera pedagógica, los niños puedan verlos y reflexionar sobre los errores del pasado? También podrían quitar pantanos, obras del Instituto Nacional de la Vivienda o la cantidad de empresas que se crearon gracias al Instituto Nacional de Industria, uno de los mayores aciertos de la dictadura.

Pareciera que tras la exhumación de Franco se hubieran desatado las siete plagas apocalípticas en vez de dar honor a los muertos republicanos, que por supuesto tienen el total y merecido derecho a un entierro digno donde quieran y a que se les restituyan los derecho que hubiesen sido arrebatados. Pero el cambiar de lugar un féretro no ayuda en nada a los miles de represaliados por el franquismo, solo aviva la polémica sobre la memoria histórica, o más bien «memoria histérica».

Quizá deben aprender de países como Alemania o Polonia, cuyos edificios clave del comunismo soviético o del nazismo se protegen, incluso se pueden visitar para mostrar al mundo y a las futuras generaciones las desgracias del ser humano cuando un insensato desalmado ocupa el poder. Se pueden visitar hasta campos de concentración donde comprobar in situ el verdadero terror en una dramática calma. Miedo me da pensar qué hubiera ocurrido en España si tuviese los campos de concentración nazis como Polonia. Quizá la Ley de Memoria Histórica les hubiera cerrado o, peor aun, mandado destruirlos para «proteger el honor de los republicanos», mientras que en Polonia hasta los judíos pueden entrar a esos fríos escenarios de un terror ya pasado, en memoria de sus antepasado. Y el franquismo al lado del nazismo es una clase de parvulario.

Claro que necesitamos una memoria histórica, pero no se puede proteger la memoria histórica si se borra o tergiversa la propia Historia. Sabemos que la Segunda República era una «democracia» y que las dictaduras como la de Franco o Fidel Castro son malas por el evidente hecho de no reconocer derechos fundamentales, separación de poderes ni elecciones libres.

Pero, por favor, no tergiversemos la Historia. No utilicemos la memoria como una revancha de quienes perdieron la guerra civil contra quienes ganaron la guerra civil, entre otras cosas porque ya ninguno de sus participantes están vivos.

No convirtamos a la memoria histórica en una memoria histérica.

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