El Gobierno de Pedro Sánchez y el 666

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PEDRO SÁNCHEZ Y EL 666

Siempre que se alude al 666 nos acordamos del libro del Apocalipsis y de la marca de la bestia. En los tiempos en que se escribió el último libro de la Biblia había persecuciones a los cristianos y no se podían decir determinadas cosas sin sufrir la ira del César, de la misma manera, tampoco se podían escribir ni dejar constancia explícita; fue así, quizás por tales circunstancias que el autor del libro del Apocalipsis encriptó su contenido. Así por ejemplo, bajo el número 666 se encontraba “la bestia” que en aquella época no era otro que el César Nerón, quien había provocado las persecuciones y las matanzas por su odio a los cristianos.

Ese odio al cristianismo que provoca persecuciones es imperecedero, no se agota ni en el tiempo, ni en el espacio; recordemos que no es algo que se haya estancado en el pasado sino que con determinada periodicidad se ha ido repitiendo a lo largo de la historia. Así por saltar a tiempos más cercanos, tenemos en 1794 el primer el genocidio de la era moderna, ubicado en la región francesa de la Vandée, donde las autoridades republicanas ordenaron eliminar a cerca de 120.000 habitantes, católicos, toda su población civil.

Posteriormente, también se producirían persecuciones de índole religiosa no solo en Europa (recomiendo ver la película «Cristiada» que relata la persecución del gobierno mexicano a la Iglesia católica allá por 1920), manteniendo la tónica del hostigamiento vertical, esto es, el propio Gobierno es quien dirige la orden de eliminación de sectores poblacionales por cuestiones religiosas.

Pero hoy no toca hablar del pasado, tanto el recuerdo como el revisionismo histórico se lo dejaremos a los historiadores, aunque son sobre todo los políticos los más interesados en borrar episodios que acontecieron y sustituirlos por pasajes de ficción que justifiquen sus posicionamientos ideológicos, y así se aprueban leyes que prohíben interpretar la historia fuera de la versión oficial.

Porque la realidad molesta.

Hay multitud de libros que relatan distopías, desde la clásica “Utopía” de Tomás Moro, pasando por “1984” y “Rebelión en la Granja” de George Orwell, “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, “Farenheit 451” de Ray Bradbury, “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick, “El señor de las moscas” de William Golding, “La Máquina del tiempo” de H.G. Wells o “Guerra Mundial Z” de Max Brooks.

En todos ellos se nos presentan escenarios donde la sociedad, lejos de encontrarse en una situación idílica, sufre todo tipo de controles y opresión, lo que vendría a llamar el filósofo francés Foucault como “biopolítica” que no es más que las herramientas y estrategias llevadas a cabo desde el poder para administrar y orientar a su gusto a la sociedad.


¿Y cómo serán las persecuciones del futuro?

¿Mandarán a los cristianos de vuelta al circo?, ¿habrá leones?, ¿incendios? Bueno, en Francia incendios de iglesias se están produciendo con relativa pasividad del gobierno francés; también en España arden capillas y hasta por Twitter se lanzan mensajes incendiarios contra el clero. Contra el clero católico, no pensemos que este clima de odio hacia la religión es generalizado, no. Hay religiones como el Islam que en suelo europeo gozan de mayor defensa y hasta tolerancia que la Iglesia católica.

Sí, lo sé, es raro.

Quizá no, el enemigo a batir para esta modernidad siempre ha sido “La Cristiandad” y las demás religiones son solo herramientas para contraponer, comparar y privilegiar con todo tipo de prebendas políticas. Y así, en suelo europeo es fácil ver cómo se retiran cruces en aras de la tolerancia, a la vez que se levantan mezquitas. Es la nueva religión del amor.

Las persecuciones del futuro no serán tan cruentas como los guiones de películas de Hollywood, sino que serán más, modennas. Si el estandarte del constitucionalismo es la ley, se hará a través de ella; lo estamos viendo cuando se aprueban todo tipo de leyes de carácter moral que dictaminan “lo bueno y lo malo” abocando a cualquiera que piense distinto a guardar silencio. Y en el caso de que se atreva a disentir públicamente, el Estado también ha regulado mecanismos de censura como son las multas económicas y hasta la cárcel como medidas disuasorias. Con ellas se pretende silenciar toda opinión contraria al orden establecido, acallar críticas también.

EL POSMODERNISMO

El posmodernismo fundamenta lo bueno y lo malo no conforme a principios que refieren a «lo justo«,  sino a «lo democrático» que se consolida conforme al criterio de la mayoría como fundamento de validez. Así, una ley podrá ser justa o injusta, da igual porque lo importante es que la mayoría le guste; al final no es así, porque todos sabemos que son un grupo de “elegidos” quien decide en primera y última instancia, mientras al pueblo soberano se le entretiene con todo tipo de pan y circo.

Pero vamos a desgranarlo mejor, como si tuviéramos el don de la profecía. Imagínate que un gobierno lleva en su programa político ciertos contenidos contrarios a la Iglesia y que aparte aprueba todo tipo de leyes contrarias a sus dogmas (aborto, eutanasia, ideología de género, matrimonio homosexual, adopción homosexual, vientres de alquiler, legalización de la prostitución, de las drogas, etc.)

Es lógico que los pastores lo critiquen, pero ¿lo harán si opinar contrario a las nuevas leyes es considerado “delito de odio”? En una sociedad que llaman “plural” habría libertad de expresión para poder manifestarse a favor o en contra de cualquier tema, pero no estamos en esa sociedad desde el mismo momento en que mantener determinados planteamientos implican multas y penas de cárcel.

Supongamos que, esos pastores dan su opinión en sus templos o medios de comunicación, porque son suyos. Por ahora sí, tan solo es necesaria una ley que tenga por objeto las inmatriculaciones de los bienes de la Iglesia para que todas sus propiedades pasen a titularidad estatal. Pero, ¿quién se atrevería a hacerlo? Tanto el PSOE como PODEMOS lo llevaban en sus programas políticos de cara a las elecciones y ahora están gobernando.

Y entonces la Iglesia no tendría personalidad jurídica, tampoco tendrían sustento económico alguno sino que dependerían de particulares, también para el culto podrían ciudadanos inscribir capillas a título personal, como personas físicas. Eso no implica que el Gobierno no les permitiese utilizar los templos para misas y demás, pero seguramente conforme a lo que comunicaran quizás les plantaran un concierto un domingo por la mañana o un acto político en la catedral, o una boda gay o quién sabe, igual alguna bruja le da por realizar un ritual satánico. Todo dependería de lo bien que se porten o del ánimo del político de turno.

También se me ocurre que puedan, siguiendo el ejemplo de China, crear una Iglesia patriótica, controlada por el poder político. Seguramente en Cataluña y en el País Vasco sería fácil, incluso podría aventurarme que sobrarían voluntarios. Puede parecer baladí, pero una iglesia oficial provocaría sobre todo división y fractura entre los creyentes; seguramente se estigmatizaría como fanáticos y retrógrados a quienes no comulguen con los dictados oficiales, mientras que los otros con el tiempo acabarían siendo aceptados por mantener un discurso más democrático, plural, en afinidad con un sincretismo religioso y una fraternidad universal más acorde con los valores de esta nueva sociedad.

Seguramente al más díscolo o reincidente se le aplicarían directrices más duras, igual ejemplifican con él castigos más expeditivos; dudo que metan a todos los obispos en la cárcel, pero alguno sí.

Y con el tiempo lograrían alcanzar ese sueño luciferino de la apostasía general. Aunque, si te lees el Apocalipsis sabes que, cuanta mayor sea la tribulación, mayor será el triunfo.

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