Felonía Popular

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Felonía Popular

En esta permanente ceremonia de la confusión en la que vivimos desde el complejo proceso electoral que encumbró al PSOE y Unidas Podemos, raro es

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En esta permanente ceremonia de la confusión en la que vivimos desde el complejo proceso electoral que encumbró al PSOE y Unidas Podemos, raro es el día que no hay que torcer el gesto con nuevas campañas de acoso y derribo de una oposición insatisfecha que no acaba de aceptar su derrota.

Si analizamos la progresión democrática de España, la oposición ha ejercido su responsabilidad durante los primeros procesos electorales, prácticamente hasta 2004. La alternancia pacífica entre UCD, luego Partido Socialista y finalmente Partido Popular, truncó en una fatalidad en 2004 tras la debacle electoral del PP, que daba por sentada su victoria en los siguientes comicios, pero que vio cómo un atentado, el del 11 de marzo de 2004, doblegaba el proceso y le daba la victoria sorprendentemente al PSOE, dejando noqueados a los populares, que casi acariciaban las mieles de un nuevo éxito.

Desde entonces, la oposición conservadora no ha sabido encajar sus derrotas y han empleado toda clase de artificios y guerra de guerrillas para desprestigiar la victoria de las coaliciones de izquierdas. Cuando ellos gobiernan parece una cuestión de justicia divina, pero cuando son otros le deslegitiman con insidias, calumnias y campañas de acoso y derribo desde ciertos medios desaprensivos y carentes de ética y rigor.

El nacimiento de Unidas Podemos, así como el de Ciudadanos, no ha sido casual, sino fruto del trabajo de laboratorio de think-tanks que urdían en la sombra formas maneras y recursos para socavar la fuerza del centro izquierda. Y así, golpearon con inusitada contundencia al gobierno de Zapatero como ahora hacen con el de Pedro Sánchez, instrumentalizando a las víctimas del terrorismo, a las víctimas de la crisis, a los más desamparados, etc., con tal de recuperar el poder al precio que sea.

Pocas veces hemos asistido a lo largo de nuestra democracia a tantas noticias falsas, a tantos bulos, a tantas insidias escandalosamente falsas, que solo buscaban cuestionar la legitimidad del gobierno, sus alianzas y coaliciones, tratando de ponerles en ridículo, pero la hemeroteca le ha dado la vuelta a muchas de estas situaciones. El rigor y la precisión de verdaderos profesionales del periodismo y no  el de marionetas al servicio de las cloacas, ha permitido voltear esas campañas y poner a cada uno en su sitio.

Resulta cómico que los mismos que se permiten la licencia de cuestionar los apoyos del gobierno de izquierda, tachando a sus socios de filoetarras (la banda asesina desapareció oficialmente hace nueve años), de bolcheviques, bolivarianos, destructores de la unidad nacional, traidores a la Corona… sean hoy los mismos que pactan en algunas comunidades autónomas con la ultraderecha xenófoba, machista, homófoba y supremacista…, pero como son ellos los que se permiten repartir carnets de españolidad, pues entonces se autoexculpan y se erigen en adalides de los valores patrios.

El último episodio denigrante ha sido la instrumentalización de la pandemia de coronavirus que ha azotado sin piedad a toda Europa y al mundo por extensión y donde se han aplicado medidas tan contundentes al menos como las implementadas en España. La diferencia es que aquí han sido ridiculizadas por aquellos que no tenían competencias, ni poder de decisión y cuyo cuestionable comportamiento ha dejado todo que desear.

Muchas de las decisiones adoptadas por la oposición han puesto en evidencia su prescindible papel en esta grave crisis sanitaria, cuando solo cabía esperar de ellos el respaldo sin paliativos, y que en cambio se ha convertido en una oposición frontal desde las comunidades autónomas gobernadas y regentadas por el pacto con la ultraderecha frente al gobierno de la nación.

Es cierto que se han cometido errores, se han tomado decisiones cuestionables, que se ha confundido a la población con las cifras de víctimas, que lo que un día era obligatorio al día siguiente era accesorio o al revés, que el desorden y el desconcierto han sido mayúsculos y que algunos cargos deberán responder algún día por todo ello. Porque gobernar exige responsabilidades y los errores tienen su precio, social, política y judicial, pero doctores tiene la iglesia como jueces el derecho y les corresponderá a ellos fallar a favor o en contra, no al tribunal mediático cavernario que les despedaza cada día.

Sinceramente, creo que el tiempo pone a cada uno en su sitio y los líderes del pacto a tres bandas pagarán antes o después sus felonías como el gobierno sus errores.

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