En las tradiciones más primitivas del AT la responsabilidad del pecado no recaía sobre los individuos, sino sobre la colectividad. Los individuos se diluían en el clan o en la tribu de modo que les parecía lógico ser premiados o castigados con “toda su casa”, tanto por el derecho civil como por Dios.
En medio de aquel clima fue necesario que los profetas insistieran en la responsabilidad personal de cada individuo (Jer 31, 29-30; cfr. Ez 18). Pero dicha responsabilidad se refería más bien al individuo que al pecado mismo; de modo que, se entremezclaba el pecado personal y el colectivo.
Ya decía Thomas Merton que los hombres no somos islas, en cuanto que, todo pecado por muy personal que sea, tiene también una dimensión social.
Nuestra cultura caracterizada por el individualismo y la esfera de lo privado necesita redescubrir esa dimensión social del pecado; puesto que el pecado primero se socializa (consecuencias sociales del pecado), después se organiza (pecado colectivo) y por último se automatiza (pecado estructural). Dicho de otro modo, de igual manera que toda influencia benéfica puede producir resultados magníficos, hay también influencias negativas que pueden arrastrar hacia el mal, y por ello, no existe pecado alguno que afecte exclusivamente a aquel que lo comete.
Como es lógico, si los pecados personales tienen siempre consecuencias sobre los demás, nuestra responsabilidad no se limita al mal que hacemos nosotros, sino que incluye también el mal que nuestra conducta invita a hacer a los demás.
Pecado colectivo
El precedente de dicho pecado (el colectivo) podría ser el conocido allá por el siglo XVI como pecado de escándalo, en cuanto que atentaba contra la caridad del prójimo.
El pecado colectivo no es una simple suma o yuxtaposición de pecados individuales, sino que constituye una entidad propia. El pecado colectivo es el pecado organizado que se comete entre todos y al cual colabora cada uno con una acción aparentemente mínima, pero que se completa con las acciones de los demás.
La responsabilidad de los pecados colectivos alcanza a todos aquellos que los posibilitan con sus acciones o con sus omisiones, y nadie tiene derecho a diluir su responsabilidad en el anonimato del conjunto o en la obediencia a los dirigentes. En consecuencia, cuando se comete un pecado colectivo, todos los miembros de la colectividad deben hacer frente a las reparaciones que exige la justicia, distribuyendo las cargas, a ser posible, en función de la mayor o menor responsabilidad de cada uno.
Pecado estructural
Hay que diferenciar pecado colectivo del estructural, mientras que el primero se refiere a un episodio concreto que exige una actuación positiva de los distintos miembros del colectivo, en el estructural es el resultado de un complejo mecanismo –estructuras- que fueron establecidas por los hombres, pero una vez consolidadas se levantan frente a sus autores como un poder extraño que no pueden controlar.
La Congregación para la Doctrina de la Fe definió las estructuras como el conjunto de instituciones y de realizaciones prácticas que los hombres encuentran ya existentes o que crean, en el plano nacional e internacional, y que orientan u organizan la vida económica, social y política. Aunque son necesarias, tienden con frecuencia a estabilizarse y cristalizar como mecanismos relativamente independientes de la voluntad humana, paralizando con ello o alterando el desarrollo social y generando la injusticia. Sin embargo, dependen siempre de la responsabilidad del hombre, que puede modificarlas, y no de un pretendido determinismo de la historia (ej: pagamos impuestos para que nos opriman los mercados).
Lo llamamos pecado porque son fruto del pecado y arrastran a nuevos pecados, introduciéndonos en una situación objetiva de desamor y, por lo tanto, de alejamiento de Dios.
La noción de pecado estructural se identifica con el denominado “pecado del mundo” al que se refiere Juan (Jn 1, 29).
Fueron los obispos latinoamericanos quienes, primero en Medellín (1968) y después en Puebla (1979) quienes introdujeron esta terminología para referirse a las estructuras injustas que causan opresión.
El pontífice Juan Pablo II acabó refiriéndose a dicho elemento (Encíclica Sollicitudo rei socialis) si bien, cambió su denominación, en vez de llamarlo “pecado estructural” lo denominó “estructuras de pecado”; lo característico de las estructuras de pecado es que funcionan de modo casi automático, estas estructuras de pecado son fruto de una acumulación de pecados personales. Como explicó el mismo Papa, las estructuras de pecado existentes tienen su origen en unas opiniones y actitudes opuestas a la voluntad divina y al bien del prójimo que hemos ido alimentando, entre las cuales dos parecen ser las más características: el afán de ganancia exclusiva de un lado; y por otro la sed de poder. A cada una de estas actitudes podría añadirse la expresión “a cualquier precio”. Por tanto, la responsabilidad última es de las personas que dieron origen a tales estructuras y las mantienen.
Si “pecado estructural” quisiera decir que son las estructuras y no los hombres, quienes obran el mal, sería obligado rechazar tal expresión. Esa interpretación preocupó siempre al Papa, dado que la táctica que usaba el maligno consiste en no revelarse; lograr que el mal aparezca cada vez más como pecado estructural y se deje identificar cada vez menos como pecado personal. Por tanto, que el hombre se sienta en un cierto sentido liberado del pecado y al mismo tiempo esté más sumido en él.
En cambio, si “pecado estructural” significara el pecado que los hombres cometemos por mediación de las estructuras, la expresión es perfectamente correcta y posee la virtualidad de eliminar esa conciencia ingenua de quien se considera en regla porque no hace ningún mal en sus relaciones interpersonales.
Lejos de disminuir nuestra responsabilidad, la aumenta, puesto que no sólo somos responsables de los pecados cometidos en nuestras relaciones interpersonales, sino también de los cometidos por mediación de las estructuras.
Ninguno estamos libres de responsabilidad ante las estructuras de pecado, aunque ésta se reparta de manera muy desigual.