“Solomon saith: There is no new thing upon the earth. So that as Plato had an imagination, that all knowledge was but remembrance; so Solomon given his sentence, that all novelty is but oblivion…” – Francis Bacon.
“Y el tiempo que no ceja, todas las cosas mancilla…” – J. L. Borges.
La arena golpeaba incesantemente y el viento soplaba con tanta intensidad que se vieron obligados a buscar refugio.
Juvencio arguyó que este género de tormenta no se podía capear. En minutos estarían cubiertos hasta la barbilla de aquel pesado polvo desértico.
A lo lejos se alzaba un promontorio, era una pequeña caverna perdida entre la aridez arábiga, un hálito de esperanza les había infundido un valor transitorio, pues todos sabían que ni el más ímprobo de los esfuerzos bastaría para sortear la excepcional e injusta rémora.
Después de algunas horas de esfuerzo sobrehumano lograron refugiarse dentro de ella. Por el momento estaban a salvo.
El golpe de aquel vendaval dilacerante hizo que Juvencio tuviera la cara resquebrajada y seca como un mutante, mitad uva pasa y mitad nuez moscada.
Habían perdido la noción del tiempo y la deshidratación había abierto una brecha para que los desvaríos hicieran lo suyo.
Nefelibato y extenuado Juvencio empezó a crear mundos alternativos. A causa de su desgraciado estado, la frontera final que permitía distinguir la realidad de la ficción, la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible se había disipado. Y empezó a elucubrar.
– Es imposible, convéncelo por favor.
– Ya lo conoces, es terco como una mula.
– Tu retórica puede más que cualquier sofista.
– Ya lo he intentado.
– Inténtalo de vuelta.
Triste y desilusionado, tuvo que cruzarse de brazos. El padre de Ikram no cedía a pesar de que él había alegado puridad sentimental. Ikram desapareció y un hombre de aspecto regio le dijo:
– ¿No has tenido suficiente? Ya sabes cuál es mi postura. Tu religión es incompatible con la nuestra y no estás en condiciones de forzar ningún cambio.
– ¿Acaso su religión busca disgregar? A todas luces usted la oprime.
– No me vengas con charlatanerías.
– Debe entender que existe reciprocidad. No fue una iniciativa mía aunque bien podía haber sido.
– Descarado, sal de aquí.
– Hasta luego, señor.
Despertó de golpe y supo que se trataba de un sueño. Nunca antes había tenido un sueño tan lúcido como ese. Se intentó poner de pie pero no tenía fuerzas. El retrato de aquel hombre que hablaba con severidad no se borraba de su memoria. Se quejó de su sed y de repente volvió a cerrar los ojos.
– ¿Dónde estoy?
– Nunca lo sabrás – contestó el hombre de ojos de cuervo.
– ¿Acaso estoy muerto?
– Tú sabrás.
– Siempre anhelé la inmortalidad pero no la personal.
– Bien hiciste en desear eso, en una instancia de mi vida deseé con fervor ser para siempre y obcecado por ese afán dejé de querer cesar. Luego de haber vivido más de una eternidad me percaté que la vida eterna no era otra cosa que un largo suplicio. La singularidad de cada instante y su transitoriedad invisten a la vida de un valor invaluable. Si fueras para siempre nada tendría sentido, la vida no sería un presente y la abulia sería la regla en cada relación interpersonal.
– Nunca lo había pensado – contestó Juvencio y repentinamente sintió como si un yunque le hubiera roto la sien.
Él sabía perfectamente que estaba frente a las puertas del ocaso. Con un sorbo de agua podía prolongar su vida un par de horas más pero no había nada, sólo arena.
En un desesperado intento por sobrevivir agarró un puñado de tierra seca y la metió en su boca, imaginándose que se trataba de alguna que otra jugosa fruta que en tiempos de prosperidad había consumido con alegría.
Despertó y vio un café. Se sintió como un fantasma, nadie lo veía y una sórdida turba atravesaba su flaca silueta, esto le dio la pauta de que había muerto.
– El control en ocasiones puede ser una ilusión – le dijo un ánima con mucha pena.
– ¿Qué? – preguntó Juvencio.
– Pero a veces mucha gente precisa de una ilusión para tener el control. La fantasía es una manera muy fácil y simple de otorgarle un sentido al mundo.
– No le entiendo, señor – dijo aterrado.
– Para esconder nuestra dura y penosa realidad bajo el manto de una comodidad hasta si se quiere escapista. ¿Que es la historia? Es pura ficción. ¿Políticamente, económicamente, geográficamente? Líneas imaginarias que se trazan y se vuelven a escribir una y otra vez, así sucesivamente. ¿Ves aquella puerta?
– Sí, la veo – contestó Juvencio.
– Las puertas son creaciones fascinantes.
– ¿A qué se refiere?
– Es la entrada a una imaginación sin límites. Antes de que la abras, hay un mundo lleno de posibilidades detrás de ella y no es hasta que la abres que te das cuenta de la gama infinita de opciones. He aquí el fin de lo literario. Tu faro debió haber sido librar una batalla contra la “gran cosa exterior”, equipándote con una sola lanza, en cuya punta afilada habitase la ilimitada posibilidad de imaginar.
– Es verdad, las puertas traen mucho potencial a nuestras mentes.
¿De qué estaba hablando? No tenía idea. Siguió elucubrando de manera inconexa. ¿Por qué no dejaba de existir? Miró a su alrededor y pudo distinguir el cuerpo del jefe de la expedición. Ramiro estaba muerto, de su boca salía un líquido de color rojo, presumió que era sangre.
Ya no tenía sueño, era improbable que el puñado de tierra seca que con mucho pesar devoró, le hubiera dado la energía que sentía en ese preciso instante.
Salió de la caverna y la tormenta había cesado. La claridad del día le permitió distinguir un paraje con un manantial y mucha vegetación. Empezó a caminar.
Una vez que llegó, bebió tanta agua que se sintió aguachado. Había sobrevivido. Su ambición de aventurero le había llevado a esa expedición que tuvo sin lugar a dudas un desenlace catastrófico que aun no era capaz de dimensionar. Miró hacia atrás y la caverna había desaparecido.
Permaneció por un par de horas sentado bajo las palmeras de aquel oasis que le había salvado la vida. Todo negro. Había muerto. ¿O no? Sobrevino un silencio propio del recinto de un anacoreta y por fin se sintió en paz.