Cantaba tiempo atrás la neoyorquina de origen hispano Jennifer López aquello de «y el anillo pa’ cuándo» como reclamo a una pareja que le llenaba, pero que no acababa de comprometerse oficialmente.
Algo así nos pasa a los millones de desheredados y abandonados a nuestra suerte que vemos como la tan cacareada como prometida vacuna contra la COVID se aleja de nuestro horizonte individual.
No voy a discutir el orden de prioridades, la urgencia de anticipar a unos grupos de edad o sectores estratégicos por delante del resto, porque una situación tan compleja demanda orden, proporción y armonía, al más puro estilo clásico, pero sin querer perturbar esta triada virtuosa me asalta inexorablemente la duda: ¿y mi vacuna pa’ cuándo?
Veamos, no quiero beneficios ni privilegios, ni pretendo colarme por un afán egoísta de supervivencia por delante de nadie, pero creo sinceramente que no estaría de más que algunas preguntas tan comprometedoras como el cuándo, cómo, dónde, quién y de dónde, nos empezarán a suministrar en bloque la salvadora vacuna que nos aleje del tan manido riesgo de contagio/muerte por el coronavirus, fueran encontrando respuesta y concreción sin demora.
Me vienen a la mente películas apocalípticas de las que anticipan cómo sería un hipotético fin del mundo en que solo unos pocos pudieran sobrevivir y el afán del resto por ser incluidos a toda costa, sin priorizar a los más jóvenes como esperanza de futuro ni a los mejores científicos por asegurar un porvenir más técnico. Y solo veo un cataclismo organizativo como el que ahora me parece estar contemplando. La atolondrada carrera para ocupar los botes salvavidas.
Es cierto que para la mayoría es una situación inédita, pero mientras no estemos ante una abducción alienígena tras un abordaje extraterrestre, entenderé que una situación como esta es perfectamente verosímil y por tanto abordable en cualquier manual de contingencias como una crisis más, cierto que de dimensión mundial, como las dos grandes guerras, pero analizable y, por tanto, de algún modo gobernable.
Sin embargo, comprobamos atónitos como la solución queda enterrada en medio del caos y la especulación. Cuando creíamos que todo estaba atado y bien atado y no quedaba hueco a la picaresca y menos a la traición de los principales grupos farmacéuticos y financieros a la hora de incumplir sus compromisos formales con los gobiernos, y entraban en la puja del último minuto por disparar sus beneficios.
No entendemos la desidia ni la lentitud de algunos gobiernos que no exigen inmediatamente responsabilidades a las entidades particulares para que cumplan los acuerdos firmados y en muchos casos pagados con anticipación, lo que a todas luces debería haber impedido cualquier añagaza de última hora.
Pero, como en todo sablazo, hay víctimas y verdugos, primos y espabilaos que buscan sacar tajada sustanciosa mientras los tribunales, las fuerzas y cuerpos de seguridad permanecen como anestesiadas y sin aparente iniciativa.
Los que no sabemos de inmunología, ni de virología, ni de microbiología, ni siquiera de ciencias naturales, no podemos especular sobre la idoneidad y oportunidad de tal o cual vacuna, según su origen, según las condiciones de conservación y traslado, según el número de dosis, según su eficiencia… «Doctores tiene la Santa Madre Iglesia que os sabrán responder», decía el jesuita Gaspar Astete.
La imagen no es edificante, sino más bien inquietante. Viendo el mercado persa en que han convertido la gestión de la pandemia y sus aledaños. Solo nos resta preguntarles: ¿y mi vacuna pa’ cuando?